Las puertas del Jardín se abrieron de par en par, dejando ver durante tan solo unos instantes un extenso pasillo lleno de puertas, todas cerradas a cal y canto.
Una enfermera vestida con un traje negro de abotonadura lateral y un prieto moño en la nuca salió a recibir el viento con olor a hierba y árboles. La mujer aspiró el aire y sonrió dando un paso hacia los tres escalones de piedra que separaban el pasillo del césped.
-¡Eón! ¡Cariño! ¡Sal! Hace una noche preciosa...-observó la enfermera con otro nuevo suspiro-... ¿Eón?-la mujer se giró dándole la espalda a los escalones de piedra.
Pero en el pasillo no había absolutamente nadie. Parpadeó, perpleja. Estaba SEGURA de que Eón la había ido siguiendo mientras recorrían los pasillos desde su habitación hasta el jardín. Recorrió con sus ojos el pasillo de lado a lado. No podía haber entrado por ninguna puerta, estaban todas cerradas.
De repente escuchó un ruido tenue tras de sí, y volvió a girarse, sobresaltada. En el segundo escalón estaba sentado un niño de pelo plateado y ojos de aspecto líquido. En una mano llevaba un osito de peluche blanco impoluto y en la otra, una caja de plástico a través del cual se podía ver una serie de cuadrados de madera en cuyas distintas caras había letras de colores alfabéticamente ordenados.
El chico clavó sus ojos de mercurio en la mujer, quien tensó su cuerpo tragando saliva. Dios, que nerviosa la ponía siempre ese niño. A ella y a todos los demás, incluidos los enfermos, algunos de los cuales no le querían ni ver. Aunque tampoco entendía el por qué. Eón era un niño muy guapo, con una cara inocente y no sabía casi ni hablar... ¿Qué mal escondía?.
Todos bajo las órdenes de Saddler sabían que Eón era el espécimen perfecto numero 3 tras los especimenes perfectos Scary y Cervantes. Sin embargo el primero era un autentico prodigio en todos los campos de lucha y combate, poseía un cuerpo casi indestructible y una inteligencia que se salía de todos los cuadros. La pequeña Cervantes era casi una niña inmortal, nunca envejecía, y era inmune a casi todas las enfermedades conocidas... Sin embargo este joven... Todos le miraban y veían a un simple niño. Algo sabía Saddler acerca de él que los demás no, obviamente.
La mujer se acercó con gesto maternal y le acarició el hombro.
-Eón...-el niño continuó mirándola abstraído-...mira... ¿has visto que noche tan bonita? ¡Mira cuantas estrellas!-dijo la enfermera, fingiendo impresión. Eón siguió su dedo, mirando al cielo totalmente techado de estrellas de varios tamaños e intensidades-...¿Quieres jugar con los cubos Eón? ¿Si? ¿Es eso?-preguntó, intentando escrutar algún pensamiento en los ojos de acero del niño-…en un ratito vendré a recogerte...¿Vale?...-Eón no movió el mas mínimo músculo de su cuerpo ni un centímetro, ni parpadeó. Como si fuese una estatua.
La enfermera volvió a tragar saliva, intentando mantenerle la mirada infructíferamente, pues al final acabó por levantarse y cruzar la puerta, la cual cerró suavemente antes de internarse en las entrañas del Centro.
Eón se acurrucó a su peluche un poco mas, escondiéndose en la esquina de la escalera para que le viesen lo menos posible. Con sumo cuidado, posó al osito a su lado, sentando su espalda en el escalón siguiente, tomó la maleta de plástico y la abrió volcando su contenido en el suelo.
Varios cuadrados de madera cayeron al suelo con un ruido seco, cuadrados que Eón comenzó a apilar en distintas formas y colores, con los ojos totalmente fijos en los movimientos de sus manos.
Finalmente, los cuadrados formaron una especie de castillo que mostraba la siguiente combinación.
SADICO
ASESINO
DOLOR
DESGRACIA
LOCO
ENEFERMO
RABIA
Eón se quedó mirando unos instantes los cubiletes, leyéndolos de abajo hacia arriba. Sus ojos iban desde la frase de abajo hasta las que se iban formando, naciendo de cada letra, estiró el brazo, tomó de nuevo su osito de peluche, abrazándose fuertemente a él y escondiendo su boca, para observar su creación.
Durante ese tiempo, los ojos de plata de Eón observaron impasibles todo cuanto ocurría a su alrededor a través de las dos orejas de trapo del osito de peluche, lanzándole, de vez en cuando, miradas certeras a los cuadrados de madera.
Solía utilizarlos para comunicarse con los demás, ya que su voz, arma que todos suelen usar para decir lo que piensan, no le funcionaba. No le funcionaba, o nunca la había querido usar. Todos insistían en que aquel precioso muchacho de plata y acero debía tener una voz preciosa, una voz de ángel... No obstante, nadie lo había presenciado para contarlo.
Eón era siempre silencio, siempre pureza, siempre inocencia, siempre soledad... Y para algunos, sin saber por qué, Eón era siempre terror, siempre intriga, siempre misterio...
El viento acuchillaba las copas de los árboles en aquella extraña y casi lluviosa noche de Julio, pero aún se podía ver a residentes, compañeros de Eón, paseando con sus andadores, con sus catéteres, hablando solos, o con quienes ellos llamaban "Sus amigos".
Eón se llevó una mano al pelo, enroscando un bucle plateado en su dedo y comenzando a retorcerlo mientras acariciaba la barriga de su osito. Todo en absoluto silencio, con los ojos fijos en ningún sitio en concreto, viviendo algúna emocionante aventura en el interior de su privilegiado cerebro.
Comenzó a balancearse de delante a atrás con el dedo en su bucle y el osito tras el brazo, de nuevo pareciendo que alguien por detrás le empujaba repetidas veces. Los ojos muy abiertos, la boca tranquilamente cerrada, un Eón que se sacudía hacia el frente, sin que nadie supiese muy bien por qué.
Recordando... pero recordando ¿el qué?.
De repente una mano se posó en el hombro del niño. Eón saltó de golpe, tirando los cubos de madera al suelo y girándose hacia todos lados, aterrado. Tras él, la enfermera que le había guiado hasta ahí le miraba con la mano que antes le había rozado sobre el vacío y un gesto desconcertado en el rostro.
-Eón... cariño...-dijo la enfermera, afectada por la reacción del muchacho. Siempre era igual, las enfermeras bondadosas y pacientes como ella pagaban los maltratos de los malos profesionales, que hacían de los pacientes unos seres desconfiados y asustadizos, como animalillos de un proyecto-...Eón cariño... es hora de irse a la cama...-dijo, extendiendo una mano con la palma hacia arriba.
-¿Vamos cielo?-preguntó sonriente. Eón, algo más fiado, dio unos lentos pasos con los ojos clavados en la mujer y tendió su pequeña mano sobre la palma que le ofrecían. Sin mas, enfermera y paciente se internaron en las entrañas del Centro.